jueves, 24 de mayo de 2012

La escalera


Suena el timbre de la puerta,
la puerta primera
de las siete puertas
de esta escalera.
Es un paje real
que lleva un traje
envuelto en papel de seda
dentro de una caja blanca
con un enorme lazo de tul.
Va en busca de una princesa
que una noche soñara despierta
 que le llevaban un traje
todo de encaje
sobre lamé de plata
en una caja blanca
(con un enorme lazo de tul).

Lo oyó el vecino del bajo,
el que toca el trombón metido en la ducha
y nos deja todito el patio
lleno de burbujas.
De cristal.
Do re mi, do re fa

Lo oyó la señora Fina desde su cocina
entre almíbares y harina
y salió a toda carrera
a mirar por la mirilla;
aprovechando la ausencia
del horno se escapó
un dragón dorado
de azúcar y canela.
Corazón de magdalena.

No lo oyó la vecina ausente
la que trabaja de siete a siete
y busca en el brécol el trébol
de la buena suerte.
Que no llega.
Ea, ea, duerme mi negra.

El vampiro banquero
del tercero
lo oyó
y, siempre pensando en sus clientes,
preparó los dientes
y una brisa malvada
saltó de su sonrisa helada
hasta el descansillo.
Ay, qué frío, frío.

De las once puertas de la escalera
sólo una es la verdadera.
Tras ella, entre las sedas
que dos mil doce gusanos tejieran,
una niña engarza pompas
en una olvidada clave de sol.
A sus pies un dragón dorado
ronronea una nana de azúcar de caña.
El olor a magdalenas ha ganado la guerra
y, el paje, rompe la caja,
se viste de princesa y funda una empresa
de sueños posibles
en una cualquiera de las puertas
de las mil puertas de mi escalera.