domingo, 11 de septiembre de 2016

La muerte de Antón Félix, nonagenario

Antón Félix pasó sus últimos tres días tumbado en la cama del hospital comarcal. Fulminado por un ictus en uno de sus paseos matutinos, Antón perdió la conciencia del ser casi en su totalidad. Percibía rumores, levísimos contactos. Y temblaba tal que, entre las sábanas blancas arrugadas, más parecía un pajarico abandonado en el nido. En esos tres días la piel se le adhirió al esqueleto y sólo un eco sordo como de motor ahogado lo hacía en el mundo de los vivos. A las 15.30 horas de la tarde del tercer día abrió la boca y se dejó ir.


Suele ocurrir

Algunos recuerdos asaltan por sorpresa,
escuecen como saetas envenenadas.
Duelen con ese doler de la memoria
que criba, escoge, aumenta y distorsiona.
y, como una pesadilla interrumpida,
se quedan tras los párpados
hasta que alguna realidad casual
(quizás el timbre)
los espanta.
Por un tiempo.


martes, 26 de julio de 2016

Día del libro, contamos


En Entre Culturas, repartiendo escamas de Pez Arcoiris visitamos un montón de coles 




En CEIP  La Olivarera, libros, libros y más libros. Cada uno con su pequeño tesoro.



martes, 10 de mayo de 2016

En Matematicalia
los poetagóricos
andan buscando hipotemusas
(pero se pierden
entre ramas hiperbólicas).



viernes, 15 de enero de 2016

Números Naturales

Uno es uno
y cada mañana uno es el Sol
que despierta mi calle
y hace que bostece,
perezosa y chirriante,
la persiana de la panadería.
Dos, los ojos míos
color ruiseñor
que siempre andan buscando nidos
entre las antenas  de los tejados.
Tres, decía mi abuela, eran tres
las hijas de Elena
(tres eran tres
y ninguna era buena).
Entonces,
cuando los números sólo servían para contar,
entonces mi cama
tenía cuatro esquinitas
porque me acompañaban
cuatro angelitos que tuvo la loba.
¡No!, que la loba
tuvo cinco lobitos
(¿¿detrás de una escoba??).



Aritmética de las guerras

Los números
nunca deberían servir
para contar muertos.


miércoles, 13 de enero de 2016

El ancla


Como todos los jueves, pasaría su hija a recogerla para  llevarla al eminente doctor Osvaldo Ruiz que con tanta inteligencia le estaba tratando  la úlcera de la pierna. Cuando en el coche y durante el protocolo de preguntas rutinarias tocaba saber si el sábado vendrían los nietos a comer, ya estaban dando la segunda vuelta de campana. Y quizás fue  por la bandada de estorninos que cruzaba el cielo, quizás no, lo cierto es que Dolores recordó que no había echado pienso a las gallinas. Hay deberes que nos anclan a la vida. Cuando, al cabo de cincuenta y cuatro días en coma, abrió los ojos, desconcertada,  sólo pudo balbucear “las lluecas, las lluecas”.


AGOSTO


Para cuando la niña Águeda tocaba la aldaba de nuestra puerta el cielo ya era una lápida de mármol blanco. La abuela nos sentaba a todos alrededor de la mesa camilla para que los pies tocaran madera, desenchufaba el conmutador de corriente, cerraba ventanas y contraventanas, esparcía sal y nos daba el pie para el Santa Bárbara bendita. Pero Águeda, la niña, salía al patio como se sale a un deber antiguo y agachada junto al sumidor retiraba  la reja y apartaba con mimo las piedras más grandes para que no se obstruyera. Eso fue antes de la granizada del setenta y tres. La niña Águeda llevaba un vestido de lino blanco de tirantes ribeteado con doble vainica y nunca volvió del patio. La niña Águeda bendita.


Ejes Cartesianos


De poco les sirvió la coraza
a los acorazados.
Volaron en pedazos
las tres corbetas de la Royal Navy.
Cuatro lanchas de las FAC
(cuatro lanchas misileras)
se rindieron a la fragata Numancia.
Y, por fin,
es tocado, tocado, tocado.
Tocado y hundido
el portentoso portaaviones Kuznetsov.
Firme como sus tres palos,
la fragata Numancia
permanece aferrada  a sus coordenadas
en esta guerra imposible,
anacrónica y cuadriculada.
Pero,
triste broma del destino,
los mensajes cifrados de la celebración
son interceptados
y el mando superior  (don Matías)
ordena la inmediata retirada.
La invicta Numancia es conducida
tras (el mapa de) la costa de Portugal
La fragata desaparece lentamente,
como el lamento de un fado,
entre un mar de papeles sucios y arrugados.
Descansa  en paz,  gloriosa Numancia,
en la papelera de quinto A.


Ejes Cartesianos ilustrado