jueves, 20 de septiembre de 2018

Estampa de mujer sentada a contraluz


                                                                 A la memoria de Vicenta Lorca Romero



Se te vuelven a enredar
los visillos en la mirada
mientras oscurece la tarde tu silueta costurera
contra la ventana.

En la quietud de la siesta complutense
se detiene el pespunteo
en el revés de la vainica doble,
y estira el hilo, como del aire,
el telón invisible de la memoria.

A las cinco de la tarde
regresa el sombrero de ala ancha
a la concupiscente sombra del tilo de la puerta de la escuela
a esperarte una respuesta.
Regresa la risa primera del primer hijo
que ya sonara a gorjeo,
algarabía de trinos en la Huerta de San Vicente.

Vacila la mano trémula
sobre el lino blanco de tu regazo
y se extiende hacia la voz
que cruza el portal de baldosas enceradas
(frescor de albahaca y barro).
A las cinco de la tarde
regresa Federico
con el mono azul de titiritero,
entre raudales de ternura desbocada,
a mostrar su caleidoscopio de sueños surrealistas y amores confundidos.
Regresa
a la Tarara, al piano y a la sobrina Isabelita.
_Madre _dice. Pero no lo dice,
No lo dice.


(Finalista en el XI Certamen de Poesía Mujeres Silenciadas "Argentina Rubiera", colectivo Les Filanderes)


martes, 24 de abril de 2018

miércoles, 14 de marzo de 2018

En abril presentamos el cuento ilustrado Lebrela



Lebrela nació en la Comunidad de Aprendizaje Entre Culturas y corrió por las aulas para regocijo de los alumnos y alumnas que tenían un cuento hecho a su medida. Ahora Lebrela emprende su viaje, Mónica y yo esperamos que corra por todos los colegios posibles,  siempre persiguiendo sueños.


Este álbum fue mención especial en el I Concurso de Cuentos Infantiles Ilustrados para la Igualdad y la Diversidad de Género del Ayuntamiento de Albacete.


La hija del verdugo enfermo


Al final supe que iba a acabar perdiendo la cabeza por ella.




No sé si volverán



Cuando el Flautista encontró a Mambrú, Hamelin quedaba ya lejos. El uno reparó en la flauta rabiosamente roída del otro y este no pudo por menos que fijarse en los maltrechos vendajes, aún húmedos de grana y oro, del joven soldado. Caminaron en silencio, les sobraban el tiempo y la decepción. La noche quiso ser meticulosa; el primer beso les dolió tan intensamente que recuperaron la vida.  Como diminutos rubíes, cientos de pares de ojos acechaban entre los helechos.