Antón Félix pasó sus últimos tres días tumbado en la cama
del hospital comarcal. Fulminado por un ictus en uno de sus paseos matutinos,
Antón perdió la conciencia del ser casi en su totalidad. Percibía rumores,
levísimos contactos. Y temblaba tal que, entre las sábanas blancas arrugadas,
más parecía un pajarico abandonado en el nido. En esos tres días la piel se le
adhirió al esqueleto y sólo un eco sordo como de motor ahogado lo hacía en el
mundo de los vivos. A las 15.30 horas de la tarde del tercer día abrió la boca
y se dejó ir.