PLEITA
Era mayo, mes de mayo, y las
amapolas y las genistas se disputaban los ribazos de las acequias. El sol
picaba y era una evidencia resignada que por la tarde habría tormenta. Y,
efectivamente, en la mesa de afuera, sobre el mantel de cuadros, sobre la magra
con tomate y los botes de aguamiel. Sobre los albaricoques verdes del
albaricoquero que estaba junto a la balsa. Incluso sobre las ramas más altas
del sauce llorón que plantó el abuelo Gonzalo, el cielo se hizo mármol y hubo
que recoger a toda prisa. Luego fue lo del rayo, el crujido como de huesos
rotos y las ramas cayendo una tras otra en una secuencia casi detenida,
mientras una lluvia inconsolable embarraba el suelo y formaba charcos sobre los
que quedaron flotando durante días, huérfanas de savia, las hojas glabras y
glaucas del sauce. Del sauce llorón que plantó el abuelo Gonzalo y a cuya
sombra tanto esparto tejió.