domingo, 1 de febrero de 2015

Sáfrade la tejedora

Sáfrade,  sirena mimada del Egeo,
anda perdida como entre nostalgias de visillos
y ya no teje cestas de alga verde
a las amazonas de Éfeso
ni trenza anémonas rojas
para amortajar a los naúfragos de amor.
Alguna lágrima de su tristería deja hilos de plata salada
y entonces cose cenefas de encaje para las olas de Viernes Santo.
Desde su trono de magma frío mira hacia lo alto
(un suspiro se le escapa
a lomos de un hipocampo).

Ay, déjate la pena Sáfrade
que en la tierra hay un gallo
de cinco plumas
cada pluma de oro y plata, la crestita de rubíes
pero en el espolón una navaja, tan fina y afilada
que corta el recuerdo a quien la mirara.

Yo no temo al gallo, teje Sáfrade
su red de hilo de llanto.

Ay, Sáfrade
que en la tierra hay un toro negro
con siete cuernos,
los  cuernos son  de un fuego que quema el alma;
el rabo es de espuelas, espuelas de plata
que dibujan la muerte por donde pasan.

Yo no temo al toro , hila Sáfrade
en su huso de coral el hilo salado.

Ay, Sáfrade princesa de espuma y nada,
que en la tierra hay una guerra y un niño llorando
(la madre roba cebolla para amamantarlo).

Yo no le temo a la guerra,  teje Sáfrade
y una  aguja de lágrima le pincha la mano.

Sáfrade deja el huso, la red
y el llanto.
Yo sólo quiero, padre,
un almendro blanco.
Quiero una abeja libando en la flor,
la flor de papel,
de papel  sus cinco pétalos
y el tronco fuerte, oscuro y sabio.
Quiero ver nacer  la belleza
y huir  el tiempo humillado.
Y  yo a la sombra del almendro, padre,
del  almendro blanco.

Ay, Sáfrade, niña de los ojos glaucos,
teje tu sueño imposible en hilo de olvido pálido
que  el Mar que todo lo puede no puede tanto.




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