A la memoria de Vicenta Lorca Romero
Se te vuelven a enredar
los visillos en
la mirada
mientras
oscurece la tarde tu silueta costurera
contra la
ventana.
En la quietud
de la siesta complutense
se detiene el
pespunteo
en el revés de
la vainica doble,
y estira el
hilo, como del aire,
el telón
invisible de la memoria.
A las cinco de
la tarde
regresa el
sombrero de ala ancha
a la
concupiscente sombra del tilo de la puerta de la escuela
a esperarte una
respuesta.
Regresa la risa
primera del primer hijo
que ya sonara a
gorjeo,
algarabía de
trinos en la Huerta de San Vicente.
Vacila la mano
trémula
sobre el lino
blanco de tu regazo
y se extiende
hacia la voz
que cruza el
portal de baldosas enceradas
(frescor de
albahaca y barro).
A las cinco de
la tarde
regresa
Federico
con el mono
azul de titiritero,
entre raudales
de ternura desbocada,
a mostrar su
caleidoscopio de sueños surrealistas y amores confundidos.
Regresa
a la Tarara, al
piano y a la sobrina Isabelita.
_Madre _dice.
Pero no lo dice,
No lo dice.