sábado, 26 de septiembre de 2015

Alfonso


Alfonso no quería funerales ni una agonía de seguridad social; tras una vida generalmente honesta y sin deudas a sus espaldas decidió, simplemente, desaparecer. Por eso pasaba cada vez más tiempo bajo la higuera que había junto al pilón del prado donde solía sestear, para que en la aldea se acostumbraran a suponerlo siempre allí y no lo echaran en falta. Después comenzó a beber veintidós litros y medio de agua al día  que, según tenía leído, era la cantidad justa para que la sangre (y por consiguiente las carnes) se hiciera trasparente. Cuando las raíces de la higuera se le enredaron y atravesaron los pies Alfonso apenas pudo esgrimir una sonrisa de orgullo al sentir cumplida la tercera y última parte de su plan. El resto es savia bruta.



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