Casas como esqueletos
donde otrora hubo pinos.
Y ardillas. Gusanos y liebres.
Halcones, codornices, lagartos.
Oquedades de ladrillo
(como cuencas vacías)
por donde silba el aire del cántaro roto.
Una urbanización absolutamente innecesaria
asoma tras la curva, frente al río,
como un faraónico insulto a la tierra, a las raíces.
Al hombre bueno.
Ondean como enseñas
pellejos secos de testaferros,
comisiones, pagarés.
Ahí queda, como un esputo de hormigón,
la impronta de vuestra miseria.
Triste legado el nuestro.
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