viernes, 14 de julio de 2017

Floridablanca

Partí un trocito de pan y eché las migas por el jardín. Comed hijos, dije en voz baja. Y avanzaron hacia mí los mirlos con sus saltitos inquietos. Algunos verdecillos (pecho amarillo) se unían al festín interrumpiendo su cortejo y dejando un tanto aturdida a la novia. Comed, hijitos. Claro que no eran mis hijos, ellos andaban lejos  ocupados en sus cosas de hijos, por eso yo me bajaba al jardín en esas horas de más que ahora les brotaban  a los días. Era mi lugar preferido.  La primera vez que llegué a Murcia fue para comprar mi vestido de comunión. El  renqueante autobús de Alcantarilla nos dejó allí y las balconadas de la plaza Camachos fueron mi primera instantánea. El Jardín de Floridablanca es Murcia  y si el pino canario hablara lo haría dejando los plurales abiertos. Comed, comed, que casi no  queda. Araceli pensó que ya era hora de llevar dentro a la señora Salud, pero, al igual que todas las tardes, la celadora dejó deslizar unos minutos más en el escueto porche de la residencia, viendo a la anciana feliz, con su inseparable bolsa  sobre el regazo, perdida en los últimos jardines de su memoria.



Este microrrelato forma parte de los seleccionados en el Certamen de Microrrelatos Jardín de Floridablanca organizado por el festival Al Sur del Barrio del Carmen y el proyecto I+D+i de la Universidad de Murcia "Espacio Público y Tejido Social. Prácticas colaborativas y arte contemporáneo en tiempos de crisis económica" 
(Nota: Las dos primeras frases son de la escritora Cristina Morano)

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