lunes, 9 de marzo de 2015

Perdido en un fractal


A la tarde
el colegio era una digestión lenta.
Languidecía el sol por la ventana
mientras el calor del serrín quemado
nos coloreaba los mofletes
y se acomodaba sobre los párpados.
Siempre quedaba en el cuaderno
alguna multiplicación espesa.
Doce mil cuatrocientos siete
por quinientos veinteitrés.
Inevitablemente, las dos
del siete por tres veintiuno
me las llevaba lejos, lejos,
y, a falta de musarañas, 
me quedaba colgado en una ilustración 
de láminas escolares santillana
donde un niño dibujaba en la pizarra
a un niño dibujando en la pizarra
otro niño que dibujaba en la pizarra
a lo que ya no se distinguía
pero yo sabía que con certeza 
(y un microscopio) sería
otro niño que...
Mi camino hacia el infinito
era truncado por el silbido y posterior restallar 
de la regla de don Matías
cayendo contra la mesa.
Regrese Jiménez, regrese.




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