miércoles, 13 de enero de 2016

AGOSTO


Para cuando la niña Águeda tocaba la aldaba de nuestra puerta el cielo ya era una lápida de mármol blanco. La abuela nos sentaba a todos alrededor de la mesa camilla para que los pies tocaran madera, desenchufaba el conmutador de corriente, cerraba ventanas y contraventanas, esparcía sal y nos daba el pie para el Santa Bárbara bendita. Pero Águeda, la niña, salía al patio como se sale a un deber antiguo y agachada junto al sumidor retiraba  la reja y apartaba con mimo las piedras más grandes para que no se obstruyera. Eso fue antes de la granizada del setenta y tres. La niña Águeda llevaba un vestido de lino blanco de tirantes ribeteado con doble vainica y nunca volvió del patio. La niña Águeda bendita.


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